Una reconstrucción matemáticamente asistida del foco inicial de la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires (1871)

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Hernán Solari. Departamento de Física, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, UBA.

Calle de Buenos Aires en 1871.

La epidemia de fiebre amarilla que asoló la Ciudad de Buenos Aires en 1871 dejó una huella imborrable en la memoria colectiva. Con sus aproximadamente 177.787 habitantes, la ciudad sufrió alrededor de 13.025 muertes por causa de la fiebre, es decir, más de 7 muertos cada 100 habitantes; una tasa de mortalidad altísima aún para una enfermedad con alta tasa de mortalidad como la Fiebre Amarilla.

Consecuentemente, dejó una serie de historias, controversias y leyendas urbanas; pero también dejó un registro de la mortalidad diaria, discriminado por nacionalidad, edad, sexo y distrito-policial que es único en el mundo considerando que epidemias semejantes como la que devastó a Nueva Orleans en 1853 con 7.849 fallecimientos dejó registros detallados de solo unos 400 de ellos. Este tesoro estadístico producido por la Policía Federal permaneció oculto a la historia por más de 100 años.

En una apropiada lectura de estos datos reside la respuesta a las controversias históricas y la posibilidad de echar luz sobre las leyendas urbanas. La recuperación de esta información, no citada en las reseñas históricas, no es resultado de la casualidad. La fiebre amarilla es producida por un arbovirus (virus transmitidos por artópodos) del género Flavivirus y familia flaviviridae. A esta misma familia pertenece el virus del dengue, hoy día una de las enfermedades emergentes más preocupantes a nivel mundial. De hecho, dengue y fiebre amarilla tienen mucho en común: son transmitidas por el mismo mosquito (Aedes (Stegomyia) aegypti) dentro del cual el virus se multiplica, suelen producir dos periodos febriles separados por aproximadamente un día de remisión de los síntomas, y ambos producen hemorragias en los pacientes aunque la severidad de las mismas es dramáticamente mayor en Fiebre amarilla que en dengue.

Estas similaridades llevaron al Grupo de estudio de Dinámica en Sistemas Complejos, del Departamento de Física de la UBA, a intentar reproducir la epidemia de Fiebre amarilla de 1871 utilizando versiones adaptadas de los modelos desarrollados para estudiar epidemias de dengue. Es en este contexto que un miembro del grupo, María Laura Fernández, en su intensa búsqueda de información da con los olvidados libros de la Policía Federal con la estadística de la mortalidad.

El desarrollo de una epidemia está tanto determinado por factores causales como aleatorios, o mejor dicho, por una aleatoriedad no neutra. Por lo tanto, la única pregunta que tiene sentido hacerse para un hecho histórico es: ¿se encuentra este hecho histórico único dentro del espectro de epidemias posibles en las circunstancias dadas? En otras palabras ¿la epidemia de 1871, tiene características tales que hubiera sido probable que sucediera y se desarrollara tal como lo hizo? Una respuesta por la negativa indicaría que nuestro conocimiento actual de la evolución de estas epidemias deja aún mucho que desear.

:left La epidemia de 1871 se desarrolla en dos etapas claramente definidas. En la primera la mortalidad se encuentra geográficamente confinada al barrio de San Telmo, expandiendose solo a los distritos policiales adyacentes. En un segundo periodo, de comienzo súbito, la epidemia abarca la totalidad de los distritos policiales de la ciudad. Este desarrollo de la epidemia sugiere la existencia de factores causales adicionales a los mosquitos que no han sido estudiados, por lo que el Grupo de estudio de Dinámica en Sistemas Complejos centró su atención en el foco inicial de San Telmo y su expansión.

El estudio matemático de la evolución de la epidemia requiere de información más o menos precisa. Esta información abarca la formas y tiempos característicos del desarrollo de la enfermedad y las tasas de mortalidad. Los tiempos de desarrollo del virus en el mosquito, la descripción del ciclo de vida completo del mosquito y las disponibilidades ambientales para el desarrollo de los mismos, el clima imperante en la región durante la epidemia y finalmente, la fecha en que se produce el ingreso del virus a la ciudad, el llamado caso índice.

Esta información no está exenta de controversias, por ejemplo, los tiempos de desarrollo de la enfermedad reconocidos por la Organización Mundial de la Salud no son compatibles con los observados en las últimas epidemias en África. Otros son casi imposibles de conseguir, como por ejemplo los que corresponden a las oportunidades para el desarrollo de larvas de mosquitos en aquellos días o la llegada del caso índice, el cual no fue detectado y sobre el que existe una controversia.

En efecto, si bien todas las fuentes coinciden en que el virus arribó desde Brasil, la forma en que lo hizo ofrece dos versiones. En la primera el virus habría arribado directamente por el puerto de Buenos Aires en pasajeros o tripulantes procedentes de Río de Janeiro. En la segunda, el virus procedería por la vía de las epidemias que se desarrollaban en Asunción (1870) y Corrientes (1870-1871) asociadas al final de la llamada Guerra de la Triple Alianza. El resultado de esta controversia es que toda interpretación puramente histórica estará teñida de intereses políticos.

En un trabajo publicado recientemente, junto a M. L. Fernández, M. Otero y N. Schweigmann hemos mostrado que solo es posible reconstruir la evolución de la mortalidad en el foco inicial de la epidemia en forma precisa (confidencia del 90%) si se hubieran dado las siguientes circunstancias:

  1. Que existíeran condiciones ambientales para criar simultáneamente unas 25.000-30.000 larvas del mosquito por manzana en el momento del año de mayor producción, las cuales resultaban en “tan solo” un promedio de 5 picaduras por hembras de mosquitos adultos Aedes aegypti por día y por persona. La falta de aguas corrientes, el costo del agua de río distribuida por los tradicionales aguateros, y una basta población en condiciones sociales marginales y en rápido crecimiento apoyan estas estimaciones.

  2. Que el desarrollo clínico de la fiebre amarilla fuese similar a lo observado en las epidemias en África a mediados del siglo XX (Etiopía y Nigeria).

  3. Que el caso índice hubiese arribado en los primeros días de enero de 1871.

La reconstrucción matemática de la epidemia muestra que de aceptarse la tesis histórica que sitúa al caso índice, como proveniente directamente de Río de Janeiro, a no más tardar a mediados de Diciembre de 1870, es decir, antes de comenzar la mortalidad en Corrientes (16 de diciembre de 1870) el desarrollo de la epidemia no podría reconstruirse, pero de adoptarse la tesis sobre las causas de la epidemia como secuela de las epidemias en Asunción y Corrientes, el acuerdo entre simulaciones y datos es excelente.

Algo semejante ocurre con el relato histórico sobre un despoblamiento de Buenos Aires ocurrido durante la epidemia. Tal despoblamiento hubiera tenido una influencia visible en la evolución de la epidemia y consecuentemente, hubiera surgido un apartamiento claro de la epidemia real de las epidemias simuladas (las epidemias simuladas no tienen en cuenta estos movimientos migratorios). Nada de esto ocurre. Las fuentes históricas de la versión del despoblamiento de Buenos Aires remiten a un artículo de Diego de la Fuente (organizador del censo nacional de 1869) aparecido en La República el 15 de marzo 1871, en plena epidemia. El autor sostenía en el mismo diario, el mismo día, que el origen de la epidemia era racial/cultural, focalizado en la nacionalidad italiana.

Por ese entonces se llegó a conocerse localmente a la fiebre amarilla como “la enfermedad de los italianos”. La excelente estadística de mortalidad de la Policía Federal combinada con la reconstrucción matemática de la epidemia representa una oportunidad sin igual para estudiar un hecho histórico con métodos interdisciplinarios que rara vez, si alguna, han sido utilizados en la reconstrucción histórica. Hoy podemos anticipar que la asociación de la fiebre amarilla con los italianos no es más que el resultado de un mal análisis estadístico de la época. A diferencia de la causalidad inmediata de las reconstrucciones por métodos históricos, la causalidad en matemática está mediada por largos desarrollos y computaciones.

Esta rigidez lógica obliga a los investigadores a hacerse cargo de las consecuencias imprevisibles de las hipótesis. Así, no es posible pensar que se sesgó un modelo para dar un resultado políticamente conveniente, mucho menos un modelo preestablecido como en este caso. Mientras que las observaciones de las personas están teñidas de intereses e intencionalidades, y muy particularmente de la posición social desde la que se realizan las mismas. La reconstrucción matemática del hecho histórico (en las raras veces en que es posible) nos acerca a la verdad del mismo.

Podemos decir que el modelo sobrevivió a la prueba y no surgen de este trabajo elementos que permitan objetarlo. La rigidez lógica de modelo y la precisión de la información que requiere obligan a pensar la reconstrucción histórica en nuevos términos. Así, en lugar de focalizar en el momento en que se produce la expansión de la epidemia a toda la ciudad dejando atrás su desarrollo en un foco grande pero aislado (mediados de abril de 1871), podemos inferir la fecha en que ocurrió la dispersión del virus. Los cálculos señalan a los primeros días de febrero. La historia indica que el inicio de la mortalidad en San Telmo fue el 27 de enero y el comienzo de la política de desalojo de los lugares donde ocurrían casos entre el 5 y 8 de febrero, fundamentada en la idea de que la enfermedad era producida por miasmas. El mosquito aparece así ya no más como el único responsable por la transmisón de la enfermedad.