Dulces melodías, ¿con cuántas de azúcar?

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Por Damián H. Zanette, Centro Atómico Bariloche

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Los lenguajes humanos son muy avaros cuando se trata de brindarnos vocablos específicos que describan las sensaciones que nos produce la música. Es así que, desde siempre, los músicos y su público han recurrido a palabras prestadas de otros ámbitos para definir las sutiles variaciones en velocidad, volumen, y timbre que determinan el carácter de una composición. Cuando Beethoven titulaba Scherzo (broma o juego, en italiano) al tercer movimiento de una sinfonía, o Mozart indicaba dolce en las arias más líricas de sus protagonistas operísticas, apelaban a un acuerdo tácito que delinea de modo muy preciso cómo deben ejecutarse sus obras. Las palabras que hacen referencia al sabor (dolce, salao) están entre las preferidas para “traducir” nuestras percepciones musicales.

En el marco de las neurociencias se ha propuesto que las asociaciones intermodales como ésta, que vincula procesos cognitivos del ámbito musical con imágenes del mundo sensorial, podrían tener una base más profunda que la de ser una simple metáfora, y estar siempre presentes en las funciones mentales normales. En el caso extremo de los individuos sinestéticos, la estimulación de un canal sensorial -por ejemplo, la audición de un sonido- es capaz de generar respuestas en otro -la visualización de un color. En un trabajo reciente, Bruno Mesz, Marcos Trevisan y Mariano Sigman, del Laboratorio de Acústica y Percepción Sonora (UNQ) y de los Laboratorios de Sistemas Dinámicos y de Neurociencia Integrativa (FCEN-UBA), han explorado empíricamente el vínculo cognitivo entre la percepción musical y las imágenes asociadas al sentido del gusto.

Del experimento participaron nueve músicos, a cada uno de los cuales se solicitó que ejecutara 24 improvisaciones. Cada una, de no más de un minuto de duración, debía realizarse sobre la base de una palabra “consigna”, entre las que se encontraban dulce, salado, ácido, y amargo. Los experimentadores cuantificaron la articulación, volumen, altura y grado de disonancia de las improvisaciones, y correlacionaron estas medidas con la consigna. Las improvisaciones “dulces” se caracterizaron por ser de bajo volumen, con notas ligadas, de larga duración, y con poca disonancia; las “saladas” tuvieron notas cortas y bien articuladas; las “ácidas” resultaron ser muy disonantes, con notas agudas y largas; las “amargas”, con notas graves y ligadas.

En un segundo experimento, se solicitó a 57 sujetos que, luego de escuchar cada una de las improvisaciones del experimento anterior, le asignaran una de las palabras dulce, salado, ácido, o amargo. El nivel de coincidencia entre la palabra asignada y la consigna de la improvisación alcanzó, en promedio, casi el 70 %. En el caso de las improvisaciones “amargas”, superó el 80 %. Estos experimentos contribuyen a dilucidar el entramado de percepciones sensoriales, estados emocionales, dimensiones afectivas y culturales, evocaciones y asociaciones semánticas que subyacen a los intrincados procesos cognitivos del cerebro humano.

Trabajo original: B. Mesz, M. A. Trevisan, M. Sigman, The taste of music, Perception 40, 209 (2011).

Institutciones: Laboratorio de Acústica y Percepción Sonora (Universidad Nacional de Quilmes), Laboratorio de Sistemas Dinámicos y Laboratorio de Neurociencia Integrativa (Depto. de Física, FCEN, Universidad de Buenos Aires).

Contacto: Mariano Sigman (Email: [email protected])