Cambios y permanencias en la Ciencia Argentina

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Ariel Dobry, Instituto de Física Rosario (UNR).

Ariel Dobry:left

Creo que uno de los efectos más positivos de las políticas implementadas en los últimos años en el país, fue el cambio de la subjetividad colectiva que consideraba imposible el cuestionamiento a los poderes instituidos.

Me refiero a que desde la dictadura militar, pasando por el alfonsinismo y terminando en la década neoliberal menemista se nos había grabado a sangre y fuego que, aunque moralmente repugnante, era necesario aceptar las reglas impuestas por los poderes fácticos que actuaban tanto dentro como fuera del país.

Quienes osábamos cuestionar estas reglas éramos tildados poco menos que de dinosaurios que nos habíamos quedado en el túnel del tiempo de ideologías ya perimidas. Así, no había sido posible avanzar en el juicio a los militares responsables del genocidio porque con sus levantamientos habían impuesto las leyes de impunidad.

Los dictados de los organismos internacionales y de sus economistas autóctonos eran algo así como palabra santa aunque implicaban sumir en la pobreza a gran parte de nuestro pueblo. Lo mismo ocurría con el cuestionamiento a las privatizaciones de las empresas del estado y a la de los recursos naturales.

Aunque el kirchnerismo no avanzó con la misma profundidad desarrollando acciones concretas en todas las cuestiones antes citadas, si permitió romper con el círculo de las verdades incuestionables aunque profundamente injustas. Hoy todo está en discusión, y aunque resistida violentamente por los sectores que ostentan los poderes económicos, es posible, al menos dar pelea, en todas las áreas donde se considere que un sector se adueña injustamente del patrimonio global o donde las desigualdades son evidentes e intolerables.

La respuesta ‘simplemente no se puede´ no es considerada políticamente correcta ni aceptable por sectores cada vez más importantes de la población. Existe sin embargo un área en que este gobierno y el anterior han desarrollado políticas activas que no han aún logrado un efecto visible en cuanto al cambio de la subjetividad colectiva al respecto. Me refiero al del sector científico técnico.

Durante el gobierno de Cristina Kirchner se creó el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, cambiando así cualitativamente la importancia relativa que se le daba a este sector previamente. Se revirtió la pendiente negativa de (des)inversión en el área. Se comenzó a dar vuelta la pirámide etaria que hacía que en los organismos de ciencia la mayoría de los integrantes pertenezcan a las categorías más altas. Esto se logró aumentando considerablemente el número en becas de investigación y de ingresos a la carrera de investigador de CONICET. Se amplió substancialmente la cantidad de investigadores que tienen actualmente acceso a subsidios, esto permitió renovar o comprar equipamiento científico nuevo y mejorar las condiciones del trabajo científico. Se invirtió en bibliografía haciendo que mediante la Biblioteca Electrónica de Ciencia y Tecnología muchos investigadores tengan acceso a las revistas internacionales más importantes de su especialidad. Se comenzó también a revertir el déficit edilicio que hace que los investigadores trabajen en condiciones de hacinamiento.

En otro orden, se ha comenzado a equilibrar la inversión que realiza el país en las distintas áreas del conocimiento. En particular, las áreas de Ciencias Humanas y Sociales, que históricamente eran relegadas respecto a las ciencias exactas, naturales y las biológicas, han empezado a revertir esta tendencia. Por ejemplo en 2010 el número de becarios del CONICET en ciencias humanas y sociales es aproximadamente el mismo que en ciencias biológicas y de la salud, mientras en el año 2000 la relación era de 2 a 1 a favor de estas últimas.

Aunque estas políticas son aún incipientes y actúan en el contexto de un proceso histórico caracterizado por el desprecio y el desfinanciamiento del sector, implican una reversión en la tendencia y de mantenerse, ubican al área científica en un sector de potencial relevancia para colaborar en la formulación de políticas que cambien el estado de dependencia económico-cultural al que se sometió al país durante décadas, con la consecuente regresiva distribución de la riqueza que esto generó.

Sin embargo creo, que la posibilidad concreta de que esto ocurra no está sólo conectado con la inversión de recursos económicos, ni aún más con el direccionamiento de los mismos hacia las áreas en que el país considere prioritarias, sino con el cambio en la subjetividad de la sociedad y aún mismo de los propios actores del sector en cuanto a que significa hacer ciencia en la Argentina.

Nuestro país tiene ahora una cantidad importante de científicos trabajando en diferentes áreas del conocimiento. Sin embargo, la investigación científica no es identificada por el conjunto social como una actividad relevante. No se conocen sus instituciones, sus orientaciones, sus resultados ni sus potencialidades. Esto es en parte debido a que las continuas crisis y rupturas que sufrió el país debilitaron la formación de escuelas de pensamiento argentino en diversas áreas del conocimiento. Es también debido al relativo aislamiento en que debió desarrollarse la investigación para subsistir.

Por otro lado la investigación científica en el país no constituye un cuerpo estructurado sino que es una animal de infinitas cabezas con casi tantas líneas de investigación como investigadores. La ciencia argentina debería dejar de pensarse asimismo como furgón de cola de algunas líneas de moda en la ciencia internacional.

Sin caer en un aislamiento ilógico a esta altura del siglo XXI, debería reforzar sus potencialidades y crear vasos comunicantes entre investigadores de diferentes espacios. El cambio de la subjetividad de los científicos y de la sociedad hacia la ciencia es lo que está en juego. La respuesta del “no se puede” debería resquebrajarse en la ciencia como lo ha sido en el resto de las cuestiones que mencioné anteriormente.

Creo que el tema merece un debate profundo entre los investigadores y entre estos y el resto de la sociedad. Aprendimos dolorosamente que la teoría del derrame económico no funciona. Me parece que tampoco funcionará en la ciencia. Quiero decir la inversión de recursos económicos, esperando que se produzca un cambio cualitativo espontáneo en cuanto a la calidad de la ciencia que se genera y en cuanto a su conexión con el medio, es una idea ingenua. Hay de hecho sectores, desde el ministerio hasta grupos de investigadores auto convocados, que están intentando dar respuestas a la inserción de la ciencia en la sociedad, con visiones a veces contrapuestas.

Si no se amplía el marco de discusión incluyendo cada vez a más actores, las soluciones serán parciales y no permitirán desarrollar todas las potencialidades que el sistema científico puede ofrecer a la sociedad.

Información de contacto: [email protected] http://huciencia.blogspot.com/

Publicado en la revista Micropolíticas Enero/Febrero 2011.