Los científicos ante las pseudociencias
Celso M. Aldao. Universidad Nacional de Mar del Plata - CONICET.
Es realmente asombroso que en pleno siglo XXI, cuando el desarrollo científico y tecnológico alcanza niveles que no dejan de sorprendernos, las pseudociencias crezcan en popularidad. Aunque varias causas pueden ser responsables, los medios masivos de comunicación parecen haber desempeñado un rol protagónico.
La pseudociencia abunda también porque hace afirmaciones extravagantes que excitan la imaginación y es mucho más fácil de aprender y practicar que la ciencia. Desafortunadamente, muchos científicos consideran inocuas las pseudociencias e inclusive adecuadas para las masas. Por mi parte, creo que tenemos el deber de presentar el punto de vista de la razón, ya que la proliferación de creencias infundadas se ha convertido en un gran negocio en el que se explota la credulidad pública, al mismo tiempo que en muchos casos se pone en peligro la salud de la población.
Por otro lado, las pseudociencias alientan una actitud de descrédito hacia la ciencia, actitud que se extiende a la sociedad toda. Sin duda, el mejor lugar para el debate es la escuela y la universidad, donde estos temas deberían ser presentados y discutidos regularmente. La imagen pública de la ciencia comenzó a caer a fines de la década del sesenta. Y si bien se reconocen los éxitos tecnológicos que de ella derivan, muchos la ven hoy como la causa de los problemas que nos aquejan. No son pocos los que afirman que la cultura "oficial" es superficial o incompleta, que la ciencia es responsable de los armamentos modernos y de la degradación ambiental, actitud que se extiende a la propia academia. Se sostiene que no hay verdad objetiva, que las teorías científicas son modas, que no hay criterios definidos para la aceptación de una u otra teoría; en síntesis, que no hay diferencia entre ciencia y pseudociencia. Y los científicos somos percibidos por el público como cerrados, negativos, inflexibles, fríos, y faltos de imaginación.
Creo entonces que no sólo es necesario presentar el punto de vista científico, sino demostrar los beneficios de la actitud científica y la idea de que los científicos no son los aguafiestas. Los beneficios que surgen de no ser embaucados por charlatanes son fácilmente comprendidos, pero también se deben destacar los beneficios de llegar a una percepción de la realidad más efectiva, más sutil, más compleja, y más rica que la ciencia conlleva. Se necesita que se informe al público sobre un número enorme de extrañas afirmaciones sobre las que muchos desean conocer una opinión responsable.
Creo que los científicos y otros expertos bien informados deberían involucrarse en este aspecto de la educación pública. Al tratar con los defensores de las pseudociencias, uno encuentra actitudes destructivas, reglas oscuras, ataques personales, digresiones interminables totalmente fuera de contexto y, fundamentalmente, una ignorancia e irracionalidad capaces de enfurecernos.
De vez en cuando, algún científico se presenta en un debate público con, por ejemplo, un parapsicólogo que afirma que los fenómenos paranormales son una realidad y la parapsicología una disciplina respetable. A uno le parecería que el científico debería vencer fácilmente en el debate. Sin embargo, generalmente es el parapsicólogo quien parece ganar y el científico se ve regularmente reducido a una defensa estéril. Los científicos, por lo regular, hemos pasado nuestra vida profesional en debates con otros científicos. En estas confrontaciones se esgrimen como armas los resultados de los experimentos y la consistencia de la argumentación. Se pueden mantener puntos de vista opuestos, las discusiones pueden hacerse acaloradas, pero los participantes seguimos las reglas de la ciencia. No es importante ser un buen orador; lo que cuenta es el contenido. Por el contrario, los parapsicólogos, astrólogos y ufólogos son a menudo personas del espectáculo y casi siempre buenos oradores. No tienen ningún interés por los datos científicos o la racionalidad de sus argumentaciones, únicamente están en el escenario para ganar puntos con el público. Y así hacen un mejor papel que los científicos.
Por otro lado, por nuestra formación, nosotros estamos condicionados para admitir incertidumbre e ignorancia, actitudes que forman parte esencial en nuestro trabajo. Los charlatanes saben aprovechar esto y atacan en esa dirección. ¿Qué podemos hacer? A partir de mi experiencia, creo que los que carecemos de talento para estos enfrentamientos debemos rechazar el debate; no estamos preparados para las reglas del mundo del espectáculo. Para aquellos que tienen este tipo de talento, creo que no deben limitarse a defender la ciencia sino obligar a su adversario a presentar las pruebas que disponga y demolerlas. Y la razón no basta, creo que los científicos debemos aprender a expresar nuestros sentimientos al comunicarnos, hacer conocer la pasión que nos mueve.
Por último, es necesario destacar que un alto grado de responsabilidad por la aceptación pública de las pseudociencias le corresponde al sistema educativo. Los jóvenes no son correctamente introducidos en los fundamentos del pensamiento científico. La ciencia es enseñada como una serie de ejercicios académicos, no como una herramienta cognoscitiva, una manera de entender lo que nos rodea. La ciencia es entonces percibida como un conjunto de reglas extrañas expresadas en un lenguaje incomprensible y, por esta razón, es más temida que respetada. Sin embargo, he notado en estos años que donde tengo mejor recepción es en los colegios. Los jóvenes mantienen una frescura y una racionalidad que los años parecieran opacar, de modo que considero especialmente recomendable acercarse a las escuelas.
Creo que es muy importante que los científicos nos involucremos en la divulgación científica como herramienta para mejorar la educación pública. Más aún, tenemos la obligación moral de hacerlo.
Contacto: Celso Aldao (E-mail: [email protected] )